Presentación

Ciudad de México, febrero de 2012. Es el mes de las inscripciones. Los compañeros de mi hija presentan exámenes de admisión, de ingreso o de diagnostico. Cucacha también los presenta, llena de nervios. A diferencia de sus compañeros, ella los reprueba.
Hacemos citas, visitamos escuelas, recorremos la ciudad, preguntamos y nos sumerguimos en una maraña de rumores:
– Dicen que la escuela, pongan el nombre que quieran, tiene un programa para niños así…
– ¿Porqué no llamas a la escuela tal? A lo mejor ahí…
– ¿Te acuerdas del hijo de X, ellos fueron a tal lugar y ahí les ayudaron…
La lista se hace eterna y crecen la angustia, la desazón y la desesperanza.
Después de uno de estos rechazos, especialmente doloroso, Cucacha pregunta:
– ¿Pero, porqué no quisieron que entrara a esa escuela? ¿Qué saqué en el examen?
Yo la abrazo y le respondo:
– Porque tú, mi niña, aprendes distinto a los demás, aprendes despacio, con otro ritmo, de otra forma. Entonces, tenemos que encontrar una escuela que te entienda y que te ayude.

Ella confía; está todavía en la edad en la que uno sabe que mamá y papá arreglarán las cosas.
Sólo que, esta vez, estamos tanto o más desconcertados que ella. La ley dice que todos los niños tienen derecho a la educación, y hace tiempo se cerraron las escuelas especiales, las que atendían bien o mal, a niños con problemas de aprendizaje. Ahora hay otro esquema, de «integración» le dicen.
En la imaginación de sus creadores, uno va, escoge una escuela, aclara que el niño tiene necesidades especiales, y la escuela debe admitirlo y atenderlo. La realidad es, claro está, completamente otra.
Mi búsqueda aún no termina, mi agenda está llena de citas por todos lados. Conozco el procedimiento: hacer la cita, tener una primera entrevista, programar una visita y un examen para, finalmente, obtener una respuesta. Estoy segura de que encontraré un lugar, de que ésta es una carrera de resistencia y no de velocidad, de que mi niña aprenderá, de que irá a una escuela.

Cuando empecé la búsqueda pensé «es cosa de echarse un clavado a internet, seguro ahí encuentro escuelas, páginas algo de información». Me topé con un desierto. Aparecen sí centros que ofrecen diversas terapias, pero nada más. No encontré a los verdaderos protagonistas: a los niños y a sus padres.
Estoy segura de que somos muchos, pero estamos desconectados, escondidos, quizá incluso avergonzados. Nuestros niños se enfrentan al rechazo, a la burla, a la discriminación, al mal trato y a la humillación; nosotros los reconfortamos de la única manera que sabemos: con todo el amor que estamos seguros que sí comprenden.
Somos muchas las madres que escuchamos palabra hirientes: «tu niño no puede», «tu hija no entiende», «es que es muy lenta», «es que no se aprende la tabla», «es que no tiene la capacidad», «aquí lo tenemos, pero entiende que no da el ancho». No quiero imaginar lo que ellos escuchan en el salón.
Decidí comenzar este blog para tener un punto de referencia, un buzón en el cual todos los que enfrentamos situaciones así podamos compartir nuestra experiencia, dejar información, obtener información, denunciar abusos o compartir nuestra experiencia. Espero que sea un espacio útil para ayudar a nuestros hijos.

¿Qué es «Cucacha»?
Así le decimos a mi hija. Desde que aprendió a hablar, Cucacha inventa palabras de una forma muy especial y divertida. Cuando no recuerda alguna palabra, acomodada el sonido que le es familiar y suelta algo que suena a lo que quiere expresar. Así nació la palabra Cucacha, cuando hace algunos años, en el vestidor de una tienda, ella me observaba mientras me probaba una blusa, cuando le pregunté:
– ¿Cómo me veo?
Respondió muy oronda:
– Te ves muy «cucacha»
Tardé un poco en comprender y, al final, entendí el piropo.

Por ella, para ella y para los que son como ella va este blog.


Lo que pienso ahora

Lo que pienso ahora

La experiencia de Cucacha en su nueva escuela me ha dejado gratamente sorprendida, y, al mismo tiempo, me ha hecho pensar en su paso por la primaria. Creo que cualquier experiencia tiene dos caras y la primaria donde estuvo Cucacha tiene aspectos muy positivos pero también otros que merecen alguna reflexión.

Cucacha cursó la primaria en una escuela que sigue el método Freinet de enseñanza. El método es bueno y está más que probado; la escuela se precia de no dejar tareas y no mostrar las calificaciones a los padres “para evitar la competencia”, competencia que, hay que decir, existe en otros ámbitos quizá más agresivos que el de las calificaciones escolares.

Los niños con necesidades educativas especiales enfrentan muchos problemas, el caso de Cucacha es curioso. Ella no aprendió a leer siguiendo el método de la escuela, sino transitando un tortuoso camino que iba del método fonético a las más variadas relaciones entre letras, sonidos y significados. Cuando pienso en esto, recuerdo las palabras de una maestra que tuvo Cucacha alguna temporada que estuvimos en Estados Unidos: “Hay niños, no métodos”.

Al pasar de los años en la primaria, mientras las maestras observaban que Cucacha cubría mal y a medias sus expectativas, llegaron a una especie de conformismo que fue creciendo. Cuando yo preguntaba sobre su desarrollo me decían: “Ella puede, lo que pasa es que yo (la maestra) no puedo darle el tiempo que requiere porque tengo que hacer…” y aquí me soltaban una tremenda lista de actividades que debían realizar. Yo me quedaba con el “sí puede” y trataba de llenar las lagunas, como de hecho, las llené, por mi cuenta. Permanecimos en la escuela, es verdad, porque Cucacha, a pesar de cierto desánimo que la invadió al final, siempre fue feliz y dispuesta y porque, hay que reconocer, la escuela tiene virtudes, quizá la más importante se resuma en el hecho de que, de alguna manera, consiguen que los niños tengan un sentido extremo de responsabilidad.

El colmo llegó cuando una de las maestras me dijo: “tu hija está muy mal en matemáticas, y yo no voy a hacer nada al respecto”. Dudé y dudo mucho de la vocación docente de esa persona. Si no eres maestro para los que no pueden, entonces ¿para quién eres maestro?  Para rematar, la directora del establecimiento, terminaba sus conversaciones con un “aquí tenemos a tu niña, pero no esperes demasiado”.

Ahora me doy cuenta de que el resultado de esta indiferencia fue terriblemente adverso, al final de la primaria, la propia Cucacha empezó a creer que no podía hacer bien las cosas, cumplir con las pocas tareas que se le encomendaban, que no sabía leer, y empezó a decir cosas como “soy pésima en matemáticas”.

El ciclo terminó y encontré nueva escuela. Ahora las cosas son distintas. Cucacha tiene tareas, las anota en una agenda y a la fecha no ha dejado de hacerlas. En lugar de decir “soy pésima en matemáticas”, escribe en su hoja de objetivos personales “quiero aprender más matemáticas” y me muestra muy orgullosa el 7 que sacó en alguna materia. Como parte de su clase de español debe leer una novela corta, la misma que todo el grupo ya concluyó. Cuando la maestra notó que iba atrasada en la lectura, me hizo llegar un ejemplar de la biblioteca escolar y una nota en la que me pedía apoyo para que Cucacha concluyera la lectura. Ha leído más de la mitad.

Así las cosas me pregunto ¿dónde está la diferencia? ¿Qué generó en unas maestras indiferencia y en otras una nota pidiendo apoyo? Quizá las ganas, quizá la falta de autocrítica de las maestras de la primaria que, al ver resultados en la mayoría de los niños, nunca se cuestionan sobre la eficacia del método ¿soberbia? ¿Falta de vocación? ¿Malos salarios? ¿Todas las anteriores? No lo sé. Lo que sí se, es que para atender a niños como Cucacha se necesita relativamente poco, dos o tres maestros de apoyo, no casarse con ningún método y, sobre todo, considerar a los niños como individuos diversos: algunos buenos para la literatura, otros para la historia y otros más para las matemáticas.

Después de haber visitado muchas escuelas, y haber vivido la angustia de no encontrar una adecuada para Cucacha, entiendo que atender a niños con necesidades especiales no es cuestión de hacer el favor, sino de profesionalismo, de autocrítica y de actualizar constantemente las ideas acerca de la profesión docente.

 


Lo que va del año

Como todos los niños, Cucacha entró a su nueva escuela el pasado agosto. Llena de nervios trepó al camión escolar que, desde entonces, la transporta todos los días de ida y vuelta.

La escuela de Cucacha cuenta con un interesante programa de integración. La idea que subyace al programa es la de que los niños con necesidades educativas especiales deben pertenecer a un grupo regular y participar en la mayoría de las actividades académicas del grupo. Los maestros adecuan los contenidos de su materia a la capacidad específica de cada niño. En principio, no parece algo complicado, pero implica un esfuerzo adicional por parte del personal docente de la escuela.

Poco más de un mes después del inicio del ciclo escolar, los padres de los niños que participan en el programa “de apoyo a la diversidad” como se le denomina en la escuela, fuimos convocados a una reunión. Quedé muy gratamente sorprendida. En esta reunión nos presentaron a los miembros del equipo de apoyo a la diversidad que está formado por seis personas, que se dividen la atención a los ocho niños del programa, sí, son seis personas para ocho niños. Los niños del programa toman la mayoría de las clases con su grupo, pero aquellas materias en las que necesiten más apoyo, generalmente las matemáticas, o las clases relacionadas con la ciencias, son impartidas en grupos muy reducidos (de dos o tres niños) por alguno de los miembros del equipo de inclusión. Después nos preguntaron cuáles eran nuestras expectativas como padres. Todos los participantes coincidimos en una respuesta: queremos que nuestros hijos sean independientes. Personalmente, siempre me ha molestado la idea de educar niños para “el éxito” (traducción que sean ricos) yo me conformo con educar niños para que encuentren aquello que les guste hacer, que lo hagan bien, y que puedan llevar una vida digna. En eso todos estuvimos de acuerdo.

Hace una semana tuve otra reunión con el equipo de inclusión. Esta vez la cosa fue más personalizada. Nos reunimos la coordinadora del programa, la responsable del equipo que corresponde al grado que cursa mi niña y la encargada de todos los grupos de 1º de secundaria. Me contaron qué habían observado, cómo se había integrado la Cucacha  a la escuela y me mostraron una hojita en donde ella había anotado cuáles eran sus objetivos inmediatos: aprender más matemáticas, más inglés y dejar de ser tan tímida. Nos comprometimos todos a ayudarla a lograr estos objetivos y, de paso, repasamos algunos más.

Salí de la reunión, sobra decirlo, esperanzada y tranquila. No sé hasta dónde lleguemos, pero lo que sí se es que seguimos, como siempre, paso a pasito, letra por letra.


Cucacha dice

Le pedí  a Cucacha que escribiera algo para el blog y escribió esto:

«Cómo se siente no tener escuela.

Yo me he sentido muy mal por no tener una secundaria; porque en la primera opción que tuve, se llamaba G, ahí fui de visita tres días pero, al final, no tenían lugar. La segunda se llamaba I, ahí no fui de visita, sólo hice el exámen de admisión. En el I no me aceptaron por ser lenta. La tercera se llamaba D, fui de visita tres días pero, la verdad no nos gustó ni a mi, ni a mis papás. El cuarto se llamaba R, ésa la fui a conocer; pero el R quedaba muy lejos de mi casa que está en Coyoacán y el R está en Santa Fe, pero como al Norte de Santa Fe, por eso no fui. Ls últma visita fue al L, en ésa sólo fui un día de visita, y en ésa, al fin, me quedaré».

Así pues, finalmente, conseguimos una escuela para Cucacha. No obstante, este blog seguirá pues el haber encontrado una escuela que, creemos, será adecuada para nuestra Ccucacha no impide seguir hablando de los problemas de la educación especial en México.

 


Escuelas con programas de integración

Con la idea de contribuir en la búsqueda de escuelas que incluyan a niños con necesidades especiales de aprendizaje publico una lista de instituciones particulares que tienen programas de integración. Entre paréntisis está la zona de la ciudad en dónde se ecuentran ubicadas.

  • Colegio Giocosa (Pedregal)
  • Lancaster School (Tlalpan)
  • Comuniudad Educativa Tomás Moro (Lomas, San Mateo Cuajimalpa)
  • Colegio Vista Hermosa (Lomas de Vista Hermosa, Cuajimalpa)
  • WestHill Institute (Lomas de Chapultepec, Santa Fe)
  • Colegio Lomas Hill (Interlomas, Santa Fe, Cuajimalpa)
  • Colegio Eugenio de Mazenod (Santa Fe)
  • Coelgio Merici (Cuajimalpa)
  • Comunidad Senda S.C. (Olivar de los Padres)
  • Colegio Hebreo Maguen David (Tecamachalco)
  • Instituto Patria Tercer Milenio (Las Águilas)

(Esta lista fue tomada de la revista Tip Kids)

Están además:

  • Instituto Rosner (San Mateo, Cuajimalpa)
  • Padhia (Tlalpan, Álvaro Obregón, Benito Juárez y Jardín Balbuena)

Además de las anteriores, los directivos de la  Comunidad Educativa Decroly (col. Roma) se han mostrado dispuestos a escuchar la problemática específica de mi niña.

Si ustedes conocen alguna escuela que cuente con programas de integración, compartan la información por favor.


Qué clase de escuela buscamos

Los niños con dificultades de aprendizaje necesitan atención más o menos especializada, dependiendo del tipo de dificultad que tengan. Existe una amplia gama de etiquetas clínicas y psicológicas que engloban otros tantos problemas: déficit de atención, síndrome de Asperger, autismo, hipoacusia, desintegración sensorial, etcétera. Los padres podemos adoptar o no una de estas etiquetas pues no siempre, y no necesariamente, reflejan la complejidad del ser humano que son nuestras niñas.

En México existen miles de escuelas públicas y otras tantas privadas. Las razones para no acudir a la escuela pública ya las he comentado (sobrepoblación, exceso de trabajo y dudosa capacitación de los profesores) de manera que muchos como nosotros decidimos acudir a la educación privada.

De los cientos de escuelas privadas que existen en esta ciudad podemos contar con los dedos de las manos aquellas que ofrecen algún tipo de programa para niños con dificultades de aprendizaje.

Buscamos una escuela que en principio acepte que no todos los niños son iguales, pero que en  verdad lo entienda, que no esgrima una supuesta pluralidad cuando, en el fondo, lo único que busca es un cierto tipo de niño, digamos un «niño promedio». El ideal del niño promedio varía: si queremos una escuela «alternativa» el niño deberá ser creativo, participativo y nada tímido. Si queremos una escuela que busque «un alto nivel académico», el niño ideal deberá aceptar con gusto cambiar sus horas de juego o frente al Wii para memorizar el pasado de los verbos irregulares en inglés, por ejemplo. Hay escuelas que «promueven valores», generalmente se trata de escuelas de corte confesional, en éstas los niños tendrán que participar con entusiasmo de ceremonias y convivios de la fe que confiesen y compartan. Pues bien, cualquiera de estas escuelas puede ser, y debería ser, una escuela que integrara a su población a los niños con discapacidad de algún tipo.

La posibilidad de incluir a cualquier niño no parece una tarea tan titánica como algunos podrían pensar, ¿qué tienen pues las escuelas incluyentes que no tienen el resto de las escuelas?

Disposición. Simples y sencillas ganas de incluir a todo aquel que lo pida.

Personal. Una o varias personas, ya sean pedagogos o psicopedagogos, encargadas de dar apoyo y seguimiento a los niños con dificultades o con alguna discapacidad severa.

Instalaciones. Leves, y supongo yo que no muy costosas, adecuaciones en los edificios escolares; cosas sencillas como rampas, por ejemplo, quizá un elevador.

Información. Las escuelas necesitan ponerse al día, conocer que la SEP permite y sugiere adecuaciones al curriculum de los niños que lo necesiten. De manera que, si un niño de plano no puede sacar una raíz cuadrada, no se le exija dominar semejantes nociones. Permitir, por ejemplo, a un niño disléxico, contestar un examen en forma oral, o darle más tiempo al que lo necesite.

¿Porqué entonces existen tan pocas escuelas dispuestas a aceptar a niños con necesidades especiales?


Es pregunta

¿Existe algún órgano que vigile la existencia de prácticas disciminatorias en las escuelas privadas?


Ellas comprenden, pero no incluyen

Hoy fui otra escuela. Llegué a ella por el conocido camino: «me dijeron que ahí tenían un programa incluyente». Instalada como estoy en este trajín, divido mis días entre hacer llamadas y visitar escuelas.

El mecanismo es sencillo, sólo marcas el número telefónico y explicas brevemente qué estás buscando; te responden cosas como:

– «No señora, aquí no recibimos niños así». Muy contundente.

– «Los encargados de dar información son los del Departamento de Marketing». No insistí.

– «¿Inclusión? ¿Integración?», noooooo, no tenemos». Ah, bueno, gracias.

Por fin me topo con un lugar en el que me atiende una señorita de voz amable, expongo mi caso brevemente; me responde que hablará con el director del plantel y que me regresará la llamada. Agrega, «ojalá seamos la opción para su niña», «ojalá», me digo. Al día siguiente me devuelve la llamada; la cita es hoy a las 7.30 con el director y la encargada del «departamento psicopedagógico». Suena bien.

Modifiqué un poco la rutina de arranque y me presenté puntual en la escuela, la señortita me recibió y me condujo al «departamento psicopedagógico», tomé asiento, me pidió pemiso para hablarme de tú, a fin de cuentas somos como amigas, como conocidas, iguales pues. El director que iba a recibirme no se presentó, tampoco lo hizo la jefa de la señorita en cuestión ¿mala señal?, no necesariamente, pensé.

Expongo el caso de mi hija, a estas alturas lo hago con mucha fluidez, utilizo cierto vocabulario técnico que he aprendido. En resumen, ella necesita un programa que atienda sus necesidades, uno que haga adecuaciones curriculares (aclaro que la SEP permite tal adecuación, por si no lo saben), concluyo con la eterna pregunta: ¿ustedes tienen algo así?

Las respuestas que obtuve hoy me pusieron de mal humor.

Resulta que en ésa, como en muchas otras escuelas privadas, la principal preocupación de los directivos es mantener «un alto nivel académico y el dominio del inglés que corresponda a las necesidades del mundo moderno» (en esta parte mi marido siempre comenta: «claro, el que te permita pedir una hamburguesa en el MacDonalds de Houston sin que se te note mucho el acento»). Entonces, me explican, sí tienen algunos casos especiales, pero no así muy especiales, digamos un niño hiperactivo por salón, quizá con algún leve problema motor, pero leve, porque no tienen rampas ni elevadores. Claro que cuentan con un «departamento psicopedagógico» pero atienden a toda la escuela, y el caso que les planteo suena complicado. El «proceso de admisión» atraviesa por un examen, me explican, y agregan con una sonrisa condescendiente: «nosotros pensamos siempre en los chicos, son nuestra principal preocupación, y no queremos que tu niña se estrese o se frustre». Por ahí se siguen.

En ese momento, me desconecto, dejo de tomar notas, casi no las miro, ya no me preocupan sus palabras. Me entretengo observando la decoración del lugar mientras ellas me hablan de la excelencia, de los logros de su escuela y de cómo, para mantener esos logros, no pueden recibir a niños que necesiten un trato especial. En su escuela, todos son iguales, pero sólo si son iguales.

Al final, dicen cosas como: «Comprendemos la situación», «Qué pena, no podemos ser la opción», «Déjanos tus datos, si sabemos de algo nos comunicamos con tigo». Me fastidio y me voy.

¿Conocerán las escuelas privadas la política de integración educativa? ¿Será muy costoso planear y fomentar programas de integración, incluso si los padres están dispuestos a pagar un poco más?

El problema plantea situaciones que deberían discutirse: la educación privada como negocio; la nocion de «nivel académico» como una mercancía que se cotiza con los resultados de la prueba Enlace. Y, quizá, la necesidad de mantener un negocio a flote evitando el «qué dirán» los papás si sus hijos comparten el salón con niños «especiales».


Es el sistema

La Secretaría de Educación Pública es compleja y llena de vericuetos. Hagámos a un lado la crítica general a la educación en México, al SNTE, y enfoquemos esta reseña en algo más concreto: qué me dijeron en la SEP.

Un leve paseo por el organigrama de la SEP me llevó a identificar el lugar que necesitaba: la Dirección de Educación Especial del Distrito Federal. Esta dirección tiene muchas dependencias, todas ellas con nombres complejos y siglas indescifrables. La página de internet me indicó la dirección: Calzada de Tlalpan 515, segundo piso. Ahí llegué acompañada de una amiga que también está buscando escuela. Amable, un policía preguntó qué queríamos, respondimos que buscábamos información sobre escuelas que atendieran a niños con necesidades especiales de educación. Nos abrió la puerta.

Siguiente paso, un mostrador, detrás de él, una mujer que, nos percatamos después, estaba en una silla de ruedas, al verla, pensé que habíamos llegado al lugar indicado. Otra vez explicamos: venimos a pedir información … etcétera. La mujer nos indicó que esperáramos a «la maestra». El lugar era el lobby de un edificio habilitado de centro de información, la oficina del CRIO (Centro de Recursos de Orientación e Información) yo pensé que se llamaba CRIE, pero no. Dos mesas cubiertas con manteles azules, un módulo con una computadora y, en la parte de atrás, dos libreros, una pantalla desplegda y un cubículo. Recordé la frase de mi abuela «pobrecitos, pero muy limpiecitos».

Esperamos unos minutos, reconozco que la atención es muy atenta y rápida. Otra mujer se presentó y preguntó qué buscábamos. De nuevo la historia: tengo una hija que necesita educación especial… bla bla bla. La maestra, respondió:

– Pues están en el lugar indicado.

Respiramos con alivio.

Empezó un bombardeo de preguntas:

P: ¿Aquí nos pueden dar información sobre qué escuelas tienen programas de integración? ¿Tienen un directorio de escuelas privadas?

R: Bueno, todas deberían tener un programa de integración. -Desconfío del tiempo verbal aplicado, pero escucho-. Un directorio de escuelas privadas no lo tenemos, ni trabajamos con ellas, ésas se rigen aparte.

Nos explica entonces cómo funciona la educación especial en la SEP. De la larga explicación entendí lo siguiente:

La SEP del Distrito Federal tiene dos tipos de escuelas: los CAM (Centros de Atención Múltiple) y todas las demás. Los CAM atienden a todas aquellas personas que de plano no pueden asistir a una escuela regular, y los hay desde preescolar hasta secundaria, hay otros con capacitación para el trabajo. Cualquier escuela, ya lo sabía, debe atender a los niños con necesidades especiales.

– ¿Y quién los atiende? ¿Cómo le hacen? ¿Tienen personal en cada escuela? preguntamos.

– Para atender a los niños con necesidades especiales existe otra sigla-oficina llamada USAER (Unidades de Servicios de Apoyo a la Educación Regular). Ellos van a la escuela y capacitan y asesoran a los maestros.

– Entonces, es sólo cosa de escoger una escuela que nos quede cerca -pensé en mi secundaria-, inscribir a nuestros niños, hablarles de su necesidad especial, ir al USAER correspondiente y ya. Fácil.

– Bueeeeeno (sospeché del prolongado y chilango tono de resignación) no es tan fácil, porque, teóricamente, todas las escuelas deberían acceder, y aceptar, pero la verdad es que no todas se prestan fácilmente, algunas aceptan de mejor grado que otras, ahí sí es cosa de que busquemos una que les quede, que acepte y que les convenga. Porque ustedes pueden obligar a cualquier escuela pública, pero no conviene porque a nadie le gusta que lo obliguen.

Después, la maestra, llenó unos formularios con nuestros datos, los datos de nuestros niños y el diagnóstico por el cual necesitan educación especial.

En resumen: la SEP tiene una estructura burocrática eficiente, oficinas, personal, capacitadores y capacitados, pero ¿los capacitados serán realmente capaces? Ahí es donde mi amiga y yo nos miramos, incrédulas, críticas, escépticas. Empezamos entonces un diálogo sobre el deber ser y la realidad de la educación pública en México.

Yo recuerdé mi secundaria, éramos 57 alumnos, había doce materias, cada una con un maestro. ¿Cómo -me pregunto- puede estar cada uno de esos doce «capacitado» para atender a los dos o tres o más niños que tengan alguna dificultad? ¿Cómo puede una oficina del USAER de la localidad atender a una ingente población docente y escolar? No hay, como ocurre en Argentina, por ejemplo, una o dos personas por cada plantel para atender a los niños con necesidades especiales. No hay tampoco posibilidad de que algún niño asista a la escuela acompañado de un «maestro sombra». La oferta se reduce pues a capacitar y asesorar a los maestros.

Luego vino la parte, de la terapia y de los consejos que nos dieron con buena intención, escuchamos frases como: «Ahora bien, si ustedes tienen recursos, tienen que buscar ayuda, terapias, por ejemplo». «Sigan con su vida, ustedes son profesionistas, no dejen su carrera». «No van a estar para siempre, y no pueden proteger a sus hijos todo el tiempo».

Mi amiga y yo nos mirábamos de cuándo en cuándo, hemos aprendido a ser pacientes. Yo me quedé pensando: A terapias he ido desde que mi hija tiene tres años; como todos, quiero protegerla; buscar escuela es un trabajo de tiempo completo y, empiezo a pensar que también es una carrera; además, precisamente porque no voy a estar siempre, quiero una escuela que de verdad la ayude.

Nos despedimos de la maestra y quedamos de llamar la próxima semana.

Salimos de la oficina, nos metimos al VIPS de al lado, pedimos un café y unos bisquets con mermelada.

Mi amiga y yo nos despedimos con una sola certeza: tenemos que seguir buscando.


Buscando a la SEP

Vamos a ver si encontramos a la SEP

Mañana, lunes 20 de febrero de 2012, la redacción de este blog encaminará su búsqueda hacia las oficinas del CRIE  en el Distrito Federal. Después de navegar usando una serie de enlaces por lo demás confusos en la página del Programa de Fortalecimiento Educación Especial Integración Educativa (PFEEIE), descubrí que el CRIE (no encuentro el desenlace de la sigla) es una oficina dedicada a orientar a los padres.

Esperen la reseña