Archivo mensual: octubre 2012

Lo que pienso ahora

Lo que pienso ahora

La experiencia de Cucacha en su nueva escuela me ha dejado gratamente sorprendida, y, al mismo tiempo, me ha hecho pensar en su paso por la primaria. Creo que cualquier experiencia tiene dos caras y la primaria donde estuvo Cucacha tiene aspectos muy positivos pero también otros que merecen alguna reflexión.

Cucacha cursó la primaria en una escuela que sigue el método Freinet de enseñanza. El método es bueno y está más que probado; la escuela se precia de no dejar tareas y no mostrar las calificaciones a los padres “para evitar la competencia”, competencia que, hay que decir, existe en otros ámbitos quizá más agresivos que el de las calificaciones escolares.

Los niños con necesidades educativas especiales enfrentan muchos problemas, el caso de Cucacha es curioso. Ella no aprendió a leer siguiendo el método de la escuela, sino transitando un tortuoso camino que iba del método fonético a las más variadas relaciones entre letras, sonidos y significados. Cuando pienso en esto, recuerdo las palabras de una maestra que tuvo Cucacha alguna temporada que estuvimos en Estados Unidos: “Hay niños, no métodos”.

Al pasar de los años en la primaria, mientras las maestras observaban que Cucacha cubría mal y a medias sus expectativas, llegaron a una especie de conformismo que fue creciendo. Cuando yo preguntaba sobre su desarrollo me decían: “Ella puede, lo que pasa es que yo (la maestra) no puedo darle el tiempo que requiere porque tengo que hacer…” y aquí me soltaban una tremenda lista de actividades que debían realizar. Yo me quedaba con el “sí puede” y trataba de llenar las lagunas, como de hecho, las llené, por mi cuenta. Permanecimos en la escuela, es verdad, porque Cucacha, a pesar de cierto desánimo que la invadió al final, siempre fue feliz y dispuesta y porque, hay que reconocer, la escuela tiene virtudes, quizá la más importante se resuma en el hecho de que, de alguna manera, consiguen que los niños tengan un sentido extremo de responsabilidad.

El colmo llegó cuando una de las maestras me dijo: “tu hija está muy mal en matemáticas, y yo no voy a hacer nada al respecto”. Dudé y dudo mucho de la vocación docente de esa persona. Si no eres maestro para los que no pueden, entonces ¿para quién eres maestro?  Para rematar, la directora del establecimiento, terminaba sus conversaciones con un “aquí tenemos a tu niña, pero no esperes demasiado”.

Ahora me doy cuenta de que el resultado de esta indiferencia fue terriblemente adverso, al final de la primaria, la propia Cucacha empezó a creer que no podía hacer bien las cosas, cumplir con las pocas tareas que se le encomendaban, que no sabía leer, y empezó a decir cosas como “soy pésima en matemáticas”.

El ciclo terminó y encontré nueva escuela. Ahora las cosas son distintas. Cucacha tiene tareas, las anota en una agenda y a la fecha no ha dejado de hacerlas. En lugar de decir “soy pésima en matemáticas”, escribe en su hoja de objetivos personales “quiero aprender más matemáticas” y me muestra muy orgullosa el 7 que sacó en alguna materia. Como parte de su clase de español debe leer una novela corta, la misma que todo el grupo ya concluyó. Cuando la maestra notó que iba atrasada en la lectura, me hizo llegar un ejemplar de la biblioteca escolar y una nota en la que me pedía apoyo para que Cucacha concluyera la lectura. Ha leído más de la mitad.

Así las cosas me pregunto ¿dónde está la diferencia? ¿Qué generó en unas maestras indiferencia y en otras una nota pidiendo apoyo? Quizá las ganas, quizá la falta de autocrítica de las maestras de la primaria que, al ver resultados en la mayoría de los niños, nunca se cuestionan sobre la eficacia del método ¿soberbia? ¿Falta de vocación? ¿Malos salarios? ¿Todas las anteriores? No lo sé. Lo que sí se, es que para atender a niños como Cucacha se necesita relativamente poco, dos o tres maestros de apoyo, no casarse con ningún método y, sobre todo, considerar a los niños como individuos diversos: algunos buenos para la literatura, otros para la historia y otros más para las matemáticas.

Después de haber visitado muchas escuelas, y haber vivido la angustia de no encontrar una adecuada para Cucacha, entiendo que atender a niños con necesidades especiales no es cuestión de hacer el favor, sino de profesionalismo, de autocrítica y de actualizar constantemente las ideas acerca de la profesión docente.

 


Lo que va del año

Como todos los niños, Cucacha entró a su nueva escuela el pasado agosto. Llena de nervios trepó al camión escolar que, desde entonces, la transporta todos los días de ida y vuelta.

La escuela de Cucacha cuenta con un interesante programa de integración. La idea que subyace al programa es la de que los niños con necesidades educativas especiales deben pertenecer a un grupo regular y participar en la mayoría de las actividades académicas del grupo. Los maestros adecuan los contenidos de su materia a la capacidad específica de cada niño. En principio, no parece algo complicado, pero implica un esfuerzo adicional por parte del personal docente de la escuela.

Poco más de un mes después del inicio del ciclo escolar, los padres de los niños que participan en el programa “de apoyo a la diversidad” como se le denomina en la escuela, fuimos convocados a una reunión. Quedé muy gratamente sorprendida. En esta reunión nos presentaron a los miembros del equipo de apoyo a la diversidad que está formado por seis personas, que se dividen la atención a los ocho niños del programa, sí, son seis personas para ocho niños. Los niños del programa toman la mayoría de las clases con su grupo, pero aquellas materias en las que necesiten más apoyo, generalmente las matemáticas, o las clases relacionadas con la ciencias, son impartidas en grupos muy reducidos (de dos o tres niños) por alguno de los miembros del equipo de inclusión. Después nos preguntaron cuáles eran nuestras expectativas como padres. Todos los participantes coincidimos en una respuesta: queremos que nuestros hijos sean independientes. Personalmente, siempre me ha molestado la idea de educar niños para “el éxito” (traducción que sean ricos) yo me conformo con educar niños para que encuentren aquello que les guste hacer, que lo hagan bien, y que puedan llevar una vida digna. En eso todos estuvimos de acuerdo.

Hace una semana tuve otra reunión con el equipo de inclusión. Esta vez la cosa fue más personalizada. Nos reunimos la coordinadora del programa, la responsable del equipo que corresponde al grado que cursa mi niña y la encargada de todos los grupos de 1º de secundaria. Me contaron qué habían observado, cómo se había integrado la Cucacha  a la escuela y me mostraron una hojita en donde ella había anotado cuáles eran sus objetivos inmediatos: aprender más matemáticas, más inglés y dejar de ser tan tímida. Nos comprometimos todos a ayudarla a lograr estos objetivos y, de paso, repasamos algunos más.

Salí de la reunión, sobra decirlo, esperanzada y tranquila. No sé hasta dónde lleguemos, pero lo que sí se es que seguimos, como siempre, paso a pasito, letra por letra.